La guerra de los profesores

El durísimo trabajo de criar a una persona obliga a que padres y profesores sean un equipo y trabajen conjuntamente de un modo armónico, es decir, que se apoyen mutuamente.  
Frecuentemente, ante una incidencia reportada a los padres por una falta de orden derivada de un mal comportamiento o, simplemente, de un empeoramiento de los resultados académicos  del alumno o alumna, la reacción paternal es la de dirigirse al centro a protesta y a pedir explicaciones, pensando que ayudan a sus hijos o hijas. Error. No lo hacen. Este apoyo solamente le infravalora y, lo que es peor, le faculta para que odie a su profesor/a y, consecuentemente, se convierta en su enemigo. 
La sociedad actual entiende estas situaciones como una confrontación y no como un gabinete decisorio sobre la terapia a llevar a cabo con el chico o la chica, por consiguiente, estas reuniones con los profesores han convertido a los padres en meros abogados defensores de sus vástagos. 
¿Qué consecuencia tiene todo ello? Cuando la búsqueda de un frente común se convierte en un ataque furibundo basado en “la manía que le tienes a mi hijo/a”, el profesor decide ceder. Hacer la vista gorda. Los padres dejarán de recibir las incidencias sobre la galopante mediocridad de los trabajos de sus hijos o sobre como no hacen más que socializar en clase. Los padres ya no protestarán más que en el grupo de WhatsApp de turno. Claro.
No hablo de acoso escolar ni pongo en duda el papel de los padres como principales valedores de sus hijos o hijas – ni pensarlo – simplemente le reclamo a un padre que se muerda la lengua antes de criticar la labor de un profesor o recuerde que cuando éste reporta una incidencia, lo hace en pro de la unidad y la estabilidad entre el ambiente escolar y el ambiente familiar, ya que, la falta de consistencia entre los sistemas de crianza, (más aún en caso de divorcio) constituye una bomba de relojería a corto plazo para un chico que no es capaz de distinguir entre una buena y una mala conducta por la confrontación instituto-hogar.

Unos buenos padres esperan lo mejor de sus hijos e hijas y piensan que son los mejores, pero les hacen ver cuándo se equivocan y, por supuesto, toman partida a favor del profesorado y no los defienden a toda costa, puesto que, ganar esta batalla desembocará en perder la guerra del éxito académico.

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