Consecuencias de la separación de los padres en los menores y las menores
Los hijos de padres divorciados presentan, como promedio, resultados más pobres en el área emocional, conductual y educativa (Amato, 2010; Halford y Sweeper, 2014). Del mismo modo que el tipo de familia influye en ajuste psicológico de los menores; particularmente, en la autoestima y la competencia escolar, social y cognitiva. Adicionalmente, otros trabajos constaron que los hijos de padres separados presentan mayores problemas personales y de conducta (Justicia y Cantón, 2011). En cuanto a la duración de estos efectos, los investigadores están de acuerdo en que el impacto del divorcio en los hijos puede observarse incluso en la adultez (Afifi, 2008; Fergusson, McLeod y Horwood, 2014), esto es se materializan en maneras de relacionarse con los demás.
1. Consecuencias psicoemocionales.
El estudio de efectos psicoemocionales atiende a la diversidad de sentimientos y estados emocionales que experimentan estos menores. De entre los sentimientos más comunes extraemos los que siguen:
a) Sentimiento de abandono y rechazo: la marcha de uno de los progenitores del hogar familiar o la disminución en el tiempo de dedicación puede ser entendido por los menores como abandono (Cortés y Cantón, 2010; Falagán, 2013). Según Tejeiro y Gómez (2011), esta ausencia durante periodos prolongados produce un importante malestar en el menor, quien no sólo es incapaz de definir su rol en esta situación, sino que tampoco la comprende completamente. De forma adicional a este sentimiento pueden aparecer patrones comportamentales en los que cursa agresividad, tentativas desesperadas para recuperar afecto, ansiedad, irritabilidad, inestabilidad, conductas regresivas, sentimientos de inferioridad y culpabilidad, autoagresividad y depresión (Donahue, D’Onofrio, Bates, Lansford, Dodge y Pettit, 2010).
b) Sentimiento de impotencia e indefensión: aparece cuando no se tienen en cuenta las opiniones de los menores dentro del proceso de separación; lo que les produce una sensación de pérdida de control sobre sus vidas, al percibir cambios continuos en su entorno, que no pueden controlar (Cortés y Cantón, 2010).
c) Sentimiento de culpa: algunos menores se culpabilizan del desenlace de la relación de los progenitores, al considerarse el centro de sus disputas (Cortés y Cantón, 2010; Falagán, 2013; Wallerstein y Kelly, 2008).
d) Inseguridad: la compilación de sentimientos de abandono, rechazo, impotencia e indefensión provocan, de forma paralela, inseguridad, que tiende a disminuir o desvanecerse cuando se aceptan los cambios derivados de este proceso y se normaliza la situación (Wallerstein y Kelly, 2008).
e) Miedos no resueltos y depresión: se asocia a problemas de somatización que cursa con un cuadro sintomático, en el que combina preocupaciones intensas ante muerte y pérdidas, incapacidad para salir fuera del hogar o quedarse a dormir en casa de sus amigos, deseo de permanecer más tiempo solo, no participar en actividades familiares, sociales y escolares, llanto, pérdida de apetito y pensamientos suicidas. Con respecto a los miedos no resueltos se ha encontrado, una mayor prevalencia de miedos escolares (Orgilés et al., 2008).
2. Problemáticas conductuales.
Los menores que experimentan la separación presentan problemas de conducta y actitudes negativas; niveles superiores de agresión y desobediencia (Justicia y Cantón, 2007), actividades sexuales más tempranas y mayor probabilidad de embarazo y de conductas suicidas (Justicia y Cantón, 2007; Sanni, Udoh, Okediji, Modo y Ezeh, 2010).
a) Problemas escolares: tienden a mostrar un rendimiento académico peor (Amato, 2010), a la vez que presentan más problemas de adaptación en el aula y de relación con los compañeros (Amato y Anthony, 2014).
b) Conductas regresivas y repetitivas o exceso de disciplina: los menores pueden retomar hábitos y pautas comportamentales ya abandonadas, de ahí que aparezcan conductas como la enuresis nocturna, el rechazo de la escuela o de los grupos de juego (Wallerstein y Kelly, 2008). Así como conductas repetitivas en momentos en que el estrés sobrepasa su capacidad de afrontamiento. Por el contrario, otros menores entienden que conseguirán sobrellevar sus miedos si son disciplinados; por ello, adoptan una conducta de excesivo cooperativismo y educación (Hetherington y Kelly, 2005).
c) Comportamiento disruptivo y antisocial: los comportamientos antisociales se asocian a consecuencias psicoemocionales como el sentimiento de frustración o miedo al cambio. Los procesos de separación y divorcio aumentan el riesgo de aparición de comportamientos antisociales y delictivos (Degarmo, 2010; Fagan y Churchill, 2012).
d) Conductas delictivas: diferentes investigaciones, encontraron niveles altos en conductas disruptivas y delictivas en los menores cuyos padres habían pasado por un proceso de separación o divorcio (Blazei, Iacono y McGue, 2008 y Degarmo, 2010; Fagan y Churchill, 2012), y bajos en conductas prosociales y de competencia social (Cantón, Cortés y Justicia, 2011). La aparición de conductas delictivas también se relaciona con los conflictos (Sabour, Esmaeili y Yaacob, 2011). Asimismo, se ha encontrado que las dificultades económicas influyen tanto directa como indirectamente en los comportamientos delictivos (Leiber, Mack y Featherstone, 2009) y la calidad de la relación filioparental.
3. Problemas de salud.
Los eventos vitales estresantes afectan a la salud física del adolescente, de ahí que la ocurrencia y frecuencia de problemas de salud se relacione con niveles más altos de estrés y de ánimo depresivo. En este sentido, se ha observado que los menores de familias desestructuradas presentan peores condiciones de salud (Brockman, 2013; Schmeer 2011). Igualmente, tienen un 76% más de riesgo de padecer trastornos de salud (Brockman, 2013). Otros estudios advierten que incluso puede incidir en el aumento de la obesidad infantil (Gundersen, Mahatmaya, Garasky, Lohman, 2011).
La literatura informa, de forma profusa, que los eventos vitales estresantes afectan a la salud física del adolescente, de ahí que la ocurrencia y frecuencia de problemas de salud se relacione con niveles más altos de estrés y de ánimo depresivo (Barra, Cerna, Kramm y Véliz, 2006). En este sentido, se ha observado que los menores de familias desestructuradas presentan peores condiciones de salud, que los de familias intactas (Brockman, 2013; Schmeer 2011; Sigle-Rushton, Hobcraft y Kiernan, 2005; Troxel y Matthews, 2004). En este sentido, algunos estudios han llegado a concluir que el peso de los recién nacidos puede ser una variable diferencial entre hijos de madres separadas o solteras y las casadas; así, se encontró un peso significativamente inferior en recién nacidos de madres solteras o separadas, diferencia que ha sido justificada por el distinto grado de estrés al que se han visto sometidas (Brockman, 2013; Torche 2011). Igualmente, tienen un 76% más de riesgo de padecer trastornos de salud (Brockman, 2013). Otros estudios advierten que incluso puede incidir en el aumento de la obesidad infantil (Ebbeling, Pawlak y Ludwig, 2002; Gundersen, Mahatmaya, Garasky, Lohman, 2011); así, Brockman (2013) encontró que el índice de masa corporal en hijos e hijas de familias desestructuradas se desvía significativamente de la norma general en 3 unidades. En la misma línea, Yannakoulia, Papanikolaou y Hatzopoulou (2008) hallaron que los hijos de familias separadas superan en un 6% de media de índice de masa corporal a los de familias intactas. De forma más precisa, Arkes (2012) informa que los menores, que han pasado por un proceso de separación, tienden a aumentar su índice de masa corporal en el primer periodo tras la ruptura, aunque mantiene la misma línea de crecimiento que tenía antes de la consecución de la ruptura.
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