Efectos de la separación en los progenitores.

La decisión de separarse produce, como recoge el apartado anterior, un impacto nocivo en la pareja incluso antes de dar el paso. Los cónyuges, además de experimentar ansiedad elevada, en ocasiones muestran ataques de pánico; no en vano, son frecuentes las conductas fóbicas agudas y síntomas paranoides. Todo ello refuerza, aún más, la percepción de que la convivencia resulta insostenible y, por tanto, la solución a este conflicto pasa indefectiblemente por la separación (Halford y Sweeper, 2014). De hecho, durante la etapa final de la convivencia se producen conductas de evitación, retraimiento, desimplicación y disminución de los conflictos. En este sentido, Hetherington y Kelly (2003) sostienen que el 25% de las parejas que se divorcian legalmente pasan antes por un divorcio emocional. 

Adicionalmente, Seijo, Fariña y Novo (2002) indica que el conflicto previo a la separación facilita el desequilibrio emocional de todos los miembros de la familia, a la vez que minimiza sus capacidades para desarrollar estrategias cognitivo-conductuales para el afrontamiento adecuado de este suceso vital estresante.

Estas reacciones emocionales negativas se mantienen tras la ruptura (Yárnoz-Yaben, 2008a); en este caso, es bastante común que desarrollen sentimientos de hostilidad, afecto, preocupación por la ex pareja, así como ira, rechazo, pena, ansiedad y pánico (Yárnoz-Yaben, 2010). Más concretamente, el proceso legal de separación se asocia a una serie de cambios estructurales dentro de la pareja y la familia (económicos, sociales, personales y familiares). Así, el tener que tomar decisiones sobre el reparto de bienes comunes, las pensiones compensatorias o de alimentos y la guarda y custodia de los hijos alimenta, de forma recurrente, la tensión y la hostilidad entre los ex cónyuges (Arce, Fariña y Seijo, 2005). Igualmente, Bonach (2007; 2009) informa de discrepancias entre los ex cónyuges debido a la existencia de diferencias en cuanto a las pautas de crianza y de educación de los/as hijos/as y también por la convivencia del menor con la nueva pareja del progenitor no custodio. Arch (2005) precisa que, en estos casos, los progenitores llegan a utilizar a los hijos e hijas como mensajeros de la otra parte.

Al mismo tiempo los progenitores sufren problemas económicos y, en consecuencia, disminuye su nivel de vida y aumenta el riesgo de problemas de salud (Williams y Umberson, 2004), siendo más impactante para las mujeres que para los hombres (Arce, Fariña, y Seijo, 2005; Raz-Yurobich, 2013). Sin embargo, en relación con la estabilidad laboral, son los hombres los que sufren un mayor número de problemáticas frente a las mujeres (Raz-Yurobich, 2013). 

Cabe mencionar la existencia de diversas investigaciones proponen que se producen cambios en la actividad dentro del mercado laboral de los excónyuges tanto si son hombres (Kalmijn, 2005; Mueller, 2005) como si son mujeres (Bradbury y Katz, 2002; Van Damme, Kalmijn and Uunk, 2009; Van Damme y Uunk, 2009).

Los conflictos postdivorcio, enecomparación con los vividos en etapas anteriores, producen más estrés (Stewart, 2005). Ahora bien, el período crítico se sitúa en los dos p primeros años postdivorcio, ya que esta etapa aparecen los nuevos roles y relaciones (Ahrons, 2007).

En suma, en este período los ex cónyuges pasan por un proceso de ajuste personal al divorcio y de adaptación al nuevo rol de hombre o mujer y de progenitor separado o divorciado (Fagan y Rector, 2000; Fagan, Patterson y Rector, 2002; Fagan y Churchill, 2012). El ajuste personal implica sobreponerse de las consecuencias o efectos que este evento estresante produce y, en consecuencia, afrontar la pérdida de la autoestima, el estrés, la ansiedad y la depresión (Hetherington y Stanley-Hagan, 2002; Ide, Wyder, Kolves y De Leo, 2010).


Efectos diferenciales entre el progenitor custodio y no custodio.

El rol de custodio o no custodio establece, según indica la literatura, diferencias en los progenitores en el proceso de ajuste al divorcio. Los progenitores custodios presentan síntomas de sobrecarga y aislamiento social, dadas las exigencias conjuntas de atención al hogar, al cuidado de los hijos y al ámbito laboral (Cantón, Cortés y Justicia, 2002; 2007; Justicia y Cantón, 2011; Waller y Jones, 2014).

Por su parte, los progenitores no custodios sufren alteraciones psicoemocionales tales como depresión, desesperación, sufrimiento, sentimiento de minusvalía, ira, ansiedad, culpa, evitación, agresividad y rechazo (Zicavo, 2009), de ahí que presenten mayor riesgo de padecer trastornos psicológicos (Barrett, 2003). Además, tienen problemas de ambigüedad e indefensión debido a la pérdida de contacto con los/as hijos/as (Reiter, Hjorleifsson, Breidablik, Meland, 2013; Waller y Jones, 2014). Adicionalmente, Umberson y Williams (2006) y Umberson y Montez (2010) sugieren que éstos no sólo tienden a tomar deciones de forma impulsiva, sino que también adoptan conductas abusivas peligrosas para su salud (i.e., el consumo excesivo de alcohol) (Collins, Ellickson y Klein, 2007). Asimismo, advierten que en esta población se halla un índice significativo de conductas suicidas y homicidas. Estas reacciones se asocian, según Hetherington y Stanley Hagan (2000; 2002) al hecho de tener que establecer una nueva residencia, otras redes sociales, además de sufrir la separación física de los hijos e hijas y, por tanto, la no intervención cotidiana en su crianza (Reiter, Hjorleifsson, Breidablik, Meland, 2013).

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